Entrevista realizada al Ing. Luis Chonillo, publicada en el Diario Expreso el día 5 de Febrero del 2012, sobre el libro "Guayaquil, un siglo de cambios"
‘Guayaquil, un siglo de cambios’,
es un libro que fusiona pasado y presente de la ciudad.
¿Cómo nació la idea?
− La idea nació de un viaje a
Italia, a la salida del coliseo romano vendían unos libritos
chiquitos, donde presentaban el mismo efecto de nuestro libro. El
coliseo de cómo era antes y cómo es ahora. De regreso a Guayaquil
me dije que la ciudad se merecía algo similar. Pero nuestro libro
resultó mejor por sobre todas las cosas. No es común, solo lo vi en
Italia y yo voy a imprentas, librerías, editoriales y es un tema muy
raro y diferente. Y dije ‘tratemos de aplicarlo’. Todo el libro
muestra imágenes tridimensionales, donde fotos del actual Guayaquil
se funden con imágenes de principio del siglo pasado.
¿Hacer este libro debió tener un
alto porcentaje de dificultad?
− Un largo proceso que tomó más de
seis meses. Lo iniciamos en mayo y lo terminamos en noviembre del
2011. Antes, lo primero que hice fue irme al Municipio, a hablar con
Melvin Hoyos, director de Cultura y Promoción Cívica. Me dijo: ‘hay
fotos, están en ese cajón, solo debes buscarlas’. De ese cartón
preseleccionamos 500, con estas salimos a las calles a constatar
cuáles nos servían. En la práctica nos dimos cuenta que había
muchas que no ayudaban. Luego de eso, nos quedamos con unas 120 a 130
fotos.
Un trabajo casi de orfebrería,
pero ¿recoge el libro mucho de tecnología nueva?
− Así es. No cualquier imprenta
puede hacerlo ni cualquier máquina de impresión. Se necesita una
máquina especial, un proceso especial y una tinta especial para
hacer la impresión en celuloide que aparece con cada foto antigua.
¿Qué comentarios ha generado?
− No hemos hecho un lanzamiento
oficial del libro, pero está ya en varias librerías de Guayaquil.
En reuniones que he tenido, la gente se pregunta cómo ha sido
posible. Se dan cuenta que no es un libro más. Cuando el alcalde
Jaime Nebot lo vio, porque lo invitamos a un almuerzo aquí, quedó
fascinado
El Municipio de Guayaquil creo que es
el que más libros edita entre todos los cabildos del país, pero no
había hecho algo similar. Hay interés de que se haga con otras
ciudades. Estamos pensando en sacar, pero del Ecuador, con imágenes
de varias urbes.
¿Cómo se siente frente a este
libro: un historiador, autor o editor?
− No soy historiador, aunque la
imagen va acompañada de un texto corto que recoge la historia del
sitio, de hechos que tengan que ver con
ese lugar ubicado en algún lado del centro de la ciudad. Yo me
siento más un realizador, quien fue capaz de utilizar su larga
experiencia y conocimientos de la tecnología de las artes gráficas
para dirigir la producción de este libro, el cual tiene un tiraje
paralelo en idioma inglés. Son 6.000 ejemplares en total.
¿Una experiencia en el mundo de
las artes gráficas que le llega por heredad también?
− Mi padre fue dueño de Imprenta
Chonillo. Una empresa pequeña, pero que también llegó a liderar en
muchos aspectos en el mercado local. Eran otros tiempos. Si antes
cuando se hablaba de cinco mil ejemplares, era toda una marca, en
estos días, empresas como Yanbal, a la que le hacemos sus catálogos,
que distribuyen en cuatro países, nos piden hasta 400 mil revistas
para entregar en una nación.
¿Poligráfica creció en un tiempo
en el que la tecnología acabó con muchas de las imprentas pequeñas
de este país y hasta industrias?
− Es cierto. Creo que se debe a malas
decisiones, a endeudamientos. En nuestro caso, cada paso que damos,
nos tomamos el tiempo adecuado. Para montar esta planta, donde
trabajan 220 empleados, nos tomamos tres años en planificarla y
cuatro años llevamos ocupándola. Queríamos que sea perfecta.
Siempre estamos pendientes de innovar. Tenemos una programación
exhaustiva de capacitación de nuestros empleados, lo cual
intensificamos en los primeros cinco meses del año, cuando baja la
demanda.
¿Siempre pensó en seguir la línea
de su padre?
− Esto de las imprentas no me
gustaba. Primero porque mi papá me lo imponía, el día que dejó de
imponérmelo me empezó a gustar. Al volver de mis estudios en México
le dije a mi padre que en mis tiempos libres quería trabajarle, y me
dijo que estaba bien y me impuso un sueldo que no era mucho. Poco a
poco me fue gustando, en especial lo de las ventas. Hice revistas de
los clubes: el Tenis Club, el Nacional, de la Unión... todo lo
financiaba con publicidad. Contrataba la impresión y me quedaba un
remanente. Mi primer gran cliente fue Sí Café, les hacía las
etiquetas. Comencé a tener un porcentaje bastante alto de la
facturación de la imprenta de mi padre. Entonces decidí abrirme y
hacer mi propia imprentita, para esto complementaba mis trabajos con
las máquinas de mi trabajo. Fue así que mi padre me llegó a
respetar. Le llevaba trabajo y le hacía ganar plata.
¿Y el resto?, ¿fue acaso la parte
final de una historia feliz?
− No, fue la preocupación de pensar
siempre que el cliente lo que busca es tiempo, precio y calidad. Uno
debe satisfacerle con eso. No es que no me dé tiempo para mis
compromisos sociales, pero mi responsabilidad es permanente. No soy
de los que les gusta delegar y luego se olvidan del negocio. Tengo a
cuatro de mis cinco hijos trabajando conmigo, les he delegado, pero
yo siempre he tenido un ojo en la empresa.
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