lunes, 16 de abril de 2012

Un libro para ver

Digan lo que digan las predicciones sobre la suerte del libro, todavía estamos engolosinados con las páginas de papel. Es verdad que no podemos permanecer ciegos al conjunto de realidades que van desde la ecología al bolsillo del consumidor, participantes en el futuro de las ediciones impresas. Confieso que ya cuento con el aparatejo que me permitirá desligarme de mis queridos ejemplares amarillentos por el tiempo, porque en su mínimo interior caben 3.500 volúmenes. Pero pertenezco a la galaxia Gutemberg y moriré fiel a ella.

Hoy tengo entre manos un bello ejemplar que está concebido para recrear los ojos en un seguimiento preferentemente de imagen. Cuando se trabaja con los libros toda una vida como es el caso del Ing. Luis Chonillo, no solamente se crea una empresa multiplicadora de ellos –Poligráfica S.A.– sino que la familiaridad con esas iniciativas van educando la visión y el olfato que se concretan en oportunas decisiones. Se trata de Guayaquil: un siglo de cambios.
Libro de "Guayaquil: un siglo de cambios"
El concepto del trabajo consiste en superponer sobre una foto antigua –de esas que tienen nuestros mayores o lucen en las paredes de restaurantes que quieren rescatar las caras del pretérito– una reciente que también viene en versión de una filmina que, como un toque mágico y con efectos cinematográficos, funde las dos imágenes. Y así, por ejemplo, la esquina de 9 de Octubre y Pichincha luce su rostro antañón de comienzos del siglo pasado, a cuyos portales perfectamente pudo abrirse el almacén que llevó al poeta Silva a escribir uno de sus primeros poemas: “Ayer miré unos ojos africanos /en una linda empleada de una tienda”. Esa esquina es hoy un imponente almacén comercial.


Vídeo del Lanzamiento de la obra

Estas fotografías calzan perfectamente con mi rumiante revisión de las etapas de Guayaquil a costa de entrar y salir de las obras literarias que han capturado en sus páginas el rostro que se diluyó en el tiempo. El puerto penumbroso que carecía de luz eléctrica, el caldero donde hervían juntos los esfuerzos laborales y las pasiones humanas, las calles donde cayeron los obreros el 15 de diciembre, todo fue a parar a una narrativa realista que hizo inventario con el detalle, pero también con la sugerencia.
Como cada uno ve la vida y lee los libros desde un punto específico que implica historia personal, quehacer y valores, abordo estas páginas con nostalgia e incomodidad; el engarce de estas dos emociones no es perfecto (la incomodidad también puede producirla la imagen del atraso o desproporción en el pasado). En otros casos, da gusto constatar que no todo lo que vino antes merece la descalificación de lo “pasado de moda” o “poco funcional”. Esto se comprueba con la comparación del edificio de la Escuela Modelo Municipal de 1931 y el actual colegio “César Borja Lavayen”, bellos e impresionantes en sus dos tiempos.

El hemiciclo de la rotonda, sin su escultura central; la calle Chile con los muy visibles rieles del tranvía: los árboles del parterre de la avenida Rocafuerte que parecen eternos, me han llevado a imaginar lo que pudo haber ocurrido en esos espacios emblemáticos: ¿los habría recorrido Baldomera?, ¿Alfredo Baldeón y Alfonso Cortés habrían puesto cohetes escondidos para que estallaran al lento paso del tranvía?


Guayaquil late y vive tanto en testimonios directos como en sus ficciones.



Editorial de: Cecilia Ansaldo
Tomado de: Diario El Universo
Publicado el 18 de Febrero del 2012


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